El 13 de junio de 2008, fui premiado con el Primer Premio de
la categoría joven en el Concurso Estímulo a las Letras, organizado por el
Consejo Deliberante local, con el relato "El transporte".
EL TRANSPORTE
Cuando comencé a
estudiar en la
Escuela Industrial Nº 6, no pensé que el camino para llegar a
ella fuese tan misterioso.
Esa mañana de
invierno, el transporte pasó a buscarme puntualmente y al subir y saludar,
nadie me respondió, sólo me miraban con ojos profundos y oscuros.
Al llegar a la
altura del Aeropuerto, por la
Ruta 3, nos internamos en el camino de tierra que nos
llevaba hacia la Base Aérea
Militar, donde estaba erguido el colegio, en medio de una fría soledad.
La sensación de
que estaba solo en esa tráfic, me invadía a cada segundo. Pude oír el murmullo
de esas extrañas personas con las que compartía el viaje.
Llegando a una
elevada pendiente, el transporte doblaba a la izquierda debido a un desvío,
pasaba por un control militar y luego retomaba el antiguo camino.
Antes de
comenzar a subir la pendiente, el transportista dijo:
—Chicos, hoy es
el día.
Súbitamente
sentí un temor que comenzó a apoderarse de mí, pero no tuve tiempo ni a
respirar.
Luego de subir esa
pendiente, nos encontramos con la barricada, pero en vez de girar a la
izquierda, el transportista aceleró aún más y lo cruzamos. No entendí nada:
debimos haber chocado. Entonces noté que el transporte parecía ser otro. Los
chicos parecían ser otros. Y yo parecía ser otro…
Miré por la
ventanilla y vi un cielo totalmente negro y nieve por doquier. Un típico
escenario de Río Gallegos, donde las mañanas son tan oscuras como las noches.
Sentía que algo andaba mal y no me animaba a hablar. A mi derecha, la luna
llena reflejaba su fulgor en el río, calmo, frío...
—Hoy es el día,
chicos –repitió el transportista—. ¿De quién es el turno?
Las miradas se
desviaron hacia un alumno que estaba delante de mí. Este chico pareció sonreír
como disfrutando el momento.
El transporte
frenó, uno de los chicos abrió la puerta y comenzaron a bajar uno tras otro.
Cuando ya no quedaba más que yo y el transportista, él volteó y me dijo que
bajara para observar.
La camioneta
arrancó, se alejó, dio la vuelta para colocarse de frente a nosotros, formados
uno al lado del otro, mientras el alumno que había sido observado por sus
compañeros se sentó en medio de la calle de tierra.
—¿Qué están
haciendo? –pregunté. Pero nadie me respondió. El transporte arrancó acercándose
a gran velocidad y nadie hacía nada—. ¡Sáquenlo del camino! –grité.
Pero nadie se
movió. Intenté interponerme pero el resto me sostuvo y me tiraron al piso. El
transporte siguió acercándose y uno de ellos me dijo, susurrando:
—Hoy celebramos
su iniciación.
No quité la
vista del chico que estaba sentado en la calle, ni siquiera cuando el
transporte le pasó por encima, arrastrando su cuerpo hasta que frenó.
En ese momento
me soltaron y todos fueron hacia el cadáver. De pronto comenzó a nevar y logré
observar que el muchacho que había sido atropellado se levantó como si nada.
Pronto el
transporte nos cargó a todos. El chico, con movimientos lentos y con una
sonrisa de alma muerta, subió a la tráfic mientras era aplaudido y felicitado
por todos.
“Miré por la
ventanilla y vi un cielo totalmente negro”
Durante la
mañana, no me podía concentrar y en los recreos me sentía perseguido. No sabía
diferenciar quiénes eran como yo y quienes eran como aquellos. Algunos
profesores actuaban de manera extraña y muchas veces miraba hacia atrás y
notaba que todos tenían los ojos clavados en mí.
—A todos nos
toca, amigo. A todos –me dijo una chica que pasó a mi lado.
Debo reconocer
que es impresionante y muy difícil de explicar la sensación de ver que el
transporte viene hacia ti y que, luego de atropellarte, al fin sentís la paz y
kilos de mugre se separan de tu cuerpo mortal.
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